jueves, 19 de julio de 2012

Facturas de viaje

Mientras tanto, en la ciudad de las oportunidades gratuitas, un hombre vestía lo mismo de siempre...
caminaba igual que siempre, amaba igual que siempre...


Sus bolsillos rotos lo delataban, la camisas de años contaban miles de historias. Las fotos de siempre... la cabeza erguida, los ánimos bajos. Sobre sus hombros los sueños de toda una vida le encorvaban siempre. Vestía los mismos colores...


Su sonrisa siempre era la misma, amplia, serena como el sonido del amanecer en el campo. Sus ojos ávidos de ver el infinito siempre lo llevaban de la mano... nunca supo caminar pisando el suelo. Volaba. Sus pies flotaban como si sus zapatos fueran los del propio Hermes, el mensajero alado. Sus brazos flacos y roídos de batallar parecían débiles, pero con ellos levantaba el universo... vestido de poemas siempre!


Sus zapatos eran los de siempre. Le ayudaban a ir y venir. Lo mismo de siempre. Arriba y abajo, a un lado, al otro... su baile era el mismo de siempre: cadencioso. Sus hombros le hacía juego de vez en cuando para evitar sentir las cargas... los movía siempre al son de una buena salsa... ¡y caminaba como si escuchara música!


Su cabello se sacudía con el viento y ¡le gustaba! Sentía la caricia del mundo, el pasar de los alientos de todos los seres vivos combinándose en armonía con el todo. El frío no lo asustaba, el calor no lo molestaba, sentir la energía fluir siempre lo emocionaba.


El mismo de siempre, en el lugar de siempre... nunca nadie supo de él tanto como yo. Atreverse a verle daba miedo, sentir su calor, todo su ser abalanzándose sobre tí con pasión, con huracanes dulces, elevándote, dejándote caer, revolcándote entre su latidos de siempre...


Lo conozco de siempre como la palma de mi mano...

sábado, 7 de julio de 2012

¡Grito de libertad!

Escribir para uno mismo es más difícil. ¡me cuesta!

Con el pasar de los tiempos, las energías puestas en tantas actividades van agotando sus recursos y ya se siente el peso de lo obsoleto, del fracaso. Mientras más se acercan las posibilidades, descubro con asombro lo tarde, lo precario de mi situación, aunque haya quienes vean mucho más.
Es fácil ver mucho más desde afuera.

No acostumbro escribir, menos públicamente, pero hoy es un asunto de pura y física necesidad. Un grito que no puedo dar, un discurso que no puedo sacar, un dolor que no me deja en paz. Cuando las lágrimas no alcanzan, cuando el pecho no para de encogerse, cuando las neuronas hacen huelga... ahí se sabe que los segundos ya superaron todas las posibilidades y que las fuerzas se están haciendo escasas.

Es una agonía constante extrañarme.

El tiempo y la distancia, la economía, la edad... tantas y tantas palabras que aprisionan el alma, que devoran la vida, que machacan las ganas... ese ruidito que aturde en lo profundo, que te dice ¡ya no más, perdiste!... el bullicio de una sociedad entera aplanando los sueños y destrozando las ansias. Estoy cansado de todo eso. Cansado de que no me mires a los ojos, que no te des cuenta quién soy, que no busques en las profundidades de mis laberintos los tesoros ocultos y las rutas prohibidas... y grito... y grito fuerte para mis adentros porque ya no hay vuelta atrás.
No tengo tranquilidad, por eso escribo...

Hace rato no escribo, hace rato no pienso, no siento... no es posible! En verdad me cuesta.

Escribir para uno mismo duele. Duele en la soledad y la frialdad del aparato que te permite abrirte al mundo, aunque no sirva más que para rumiar las tristezas y regurjitarlas de la mejor manera... o de la peor. Hay cierta libertad, cuando nadie lo lea, cuando no sean los amigos ni vecinos ni amores... libertad aparente que intento conseguir para mi propia vida recluida en la cárcel de la vejez en plenitud de la juventud. Cansado como un viejo que ha perdido mil batallas... con esperanzas de ganar uno o morir en el intento.

Escribir para uno mismo es una mierda. Cuando las conversaciones tenían sentido y valía la pena el contacto humano. Sí, humano... el ser humano es una especie en extinción! Personas derrotadas, ideas vacías y espíritus quebrados... qué tristeza caminar por las calles, salir de la burbuja un momento para ver la realidad! Quisiera abrazarlos a todos y decir: ¡Tranquilo, aquí estoy yo, no llores más en soledad! Pero quien no sabe nadar no puede lanzarse al agua a intentar salvar al que se está ahogando. Aún así lo hago.

Ahogado, pataleando con fuerza, levantando los brazos, ¡aquí estoy! Dispuesto a darlo todo una y otra vez a pesar de la penumbra que adorna mis días, inventando excusas para levantarme, para amar...

Tal vez no lo logre, tal vez mi fracaso sea inminente y rotundo... pero ¡no seré derrotado en silencio, más!