martes, 23 de diciembre de 2014

La posta

Normalmente sería más fácil escribir, pero hoy no es un día de esos.

Al son de una música nueva para mí pero que escuchaba en mi corazón desde hace tiempo, se me abre un espacio entre las nubes que no me dejan ver la luz, para intentar descifrar hasta donde se ha llegado.

El decrescendo lento de toda la agitación de los últimos meses, me deja reflexiones de batallas perdidas y ganadas, pero sobre todo, un provenir que todavía no dimensiono en su totalidad. A pesar de mis propias lágrimas y la brújula perdida, de repente, los hombros me han servido para cargar más de una vida que ha tendido a encontrar reposo en mis palabras.

Y me gustaría creer que eso representa un alivio para mí y los demás... pero cada vez se siente más como la posta dejada por quienes antes y ahora hicieran de mis maestros y que guardan una esperanza en mi caminar.

La posta pesa unos 10 kilos por ahora, pero tiende a engordar cada día.

Sube y sube de peso porque se alimenta con toneladas de lágrimas que se ha tragado la piel y que los ojos no dejan ver; con las miles de palabras que se ha llevado el viento; con el esfuerzo de miles que han desfallecido y los ejércitos que no han sabido superar a los titanes que desfilan por el campo de batalla arrasando con cada paso todo sin mirar atrás.

Y yo que ahora no tengo cara y corazón para afrontarlo todo... 
Y, bueno, la vida me ha puesto aquí a pesar de todas mis malas decisiones, de todo el orgullo y la irresponsabilidad... mi oportunidad de dar, justo a la hora en que me he quitado todo...

domingo, 2 de noviembre de 2014

Querida Marie:

- "No es atractivo verme por dentro" - escribía por última vez y acto seguido apretaba el gatillo. 

Todo el contenido de su cráneo quedó esparcido por la habitación del hotel, la noche del sábado. Lo encontraron el domingo temprano. Nadie escuchó el disparo ni sus últimas palabras. Se disparó en la frente y quedó tendido sobre su propia letra en el papel donde escribiría su testamento, sentado en el pequeño escritorio entre las cuatro paredes, al lado de la puerta del baño.

"Mis últimas palabras..." - empezaba - "No tengo nada" - terminó.

Vestía una camisa manga larga y un pantalón fino. Todo estaba nuevo. Todavía tenía los recibos de compra del viernes a las 4:13 p.m. en el almacén de ropa más caro de la ciudad. Se dijo que murió aproximadamente la 1:00 a.m. del domingo. Nadie sabía, en el hotel, de donde vino ni por qué. Dejó pagado hasta el lunes y no pidió servicio alguno. Tenía la corbata floja y un saco muy elegante colgado en una de las sillitas cercanas a la puerta.

"Llegó a pie" - dijo el encargado - "...se veía muy formal, muy elegante. Uno no espera eso de alguien así".

Al parecer dio un nombre falso. Sus documentos estaban cortados en la parte del nombre. Aún teníamos su foto para publicarla. Sin documentos, sin nombre, sin datos ni referencias. 

Efectivamente, las cámaras de seguridad lo tomaron bajando de un taxi, cerca al hotel, a unas cuatro cuadras. Seguimos el taxi por toda la ciudad hasta llegar a un bar en el centro. "Pidió un whisky doble, dos veces. Pagó en efectivo de inmediato y se marchó". Eso fue entre las 10:42 p.m. y las 11:35 p.m. Luego tomó el taxi. Antes de eso llegó a pie. Tiró una maleta con partituras, unas gafas y otros elementos. "Es un músico" - pensé. Aparecían las pistas para resolver el caso y avisar a quien le pueda interesar.

Es lunes por la mañana y todavía estoy preguntándome qué le pudo pasar. Camino al cuartel, veo unos afiches pegados en las carteleras, en las esquinas. No los había notado antes. "Sinfonía No. 9 en Dm Op. 125 de L. van Beethoven. Dirije..." Supe en ése momento que debía tratarse de él. Llamé para avisar que tenía otra pista y que debían contactarme con quien se pudiera. Debían llamar a su familia. Ya teníamos un nombre, su ocupación. Este caso ya era pan comido.

Llegué a las afueras del teatro donde fue el concierto. Allí me dieron indicaciones para llegar al lugar de ensayo de la orquesta. Me recibieron amablemente, ignorando por completo la situación. "El sábado hicimos el último concierto de temporada y luego el cóctel de despedida. Fue una muy buena temporada y quedamos muy contentos con todo el trabajo..." - siguió hablando el administrador de la orquesta - "...terminar la temporada con un concierto como el del sábado fue, sencillamente, el broche de oro. Usted sabe, ésta sinfonía es muy significativa. El maestro la escogió muy bien".

Mientras siguió hablando aquel hombre, yo empecé a preguntarme más cosas. Estaba claro que había sido exitoso ¿por qué acabaría su vida llegando a la cúspide? 

- "Lo encontramos muerto en un hotel de las afueras. Él mismo se quitó la vida. Lo siento mucho" -

Su sonrisa se apagó al instante, se tomó la cabeza. Se sentó y dejó salir algunas lágrimas. Se recompuso rápidamente y se fue a la oficina a hacer un par de llamadas. Yo lo esperé afuera. Recorrí un poco el pasillo, las oficinas, y encontré la oficina del "maestro", como lo llamaron recientemente. Todo en perfecto orden. Bibliotecas con libros en varios idiomas, seguramente temas de música. Algunos eran claramente partituras, otros parecían de literatura. Una que otra figurilla, algunos cuadros en la pared. Revisé un poco los papeles encima del escritorio, otro poco los cajones. Nada.

"Vino a buscarme temprano, antes del concierto, y me dijo que no podía dirigir. Hablamos un poco, yo le dije que podía descansar después de este concierto. Que le queríamos regalar unas vacaciones a donde quisiera porque sabíamos que se había esforzado bastante ésta temporada y que era muy importante para nosotros que estuviera aquí" - Puedo imaginarme el cuadro perfectamente. Pregunté: 

- "¿Sufría él de alguna enfermedad, depresión o estrés?"
- "Imagínese lo que es dirigir 200 personas o más. Los egos, las disculpas, las molestias. Y es que los músicos son difíciles. Pero, son gajes del oficio, solía decir".
- "¿Tomaba algún medicamento o tratamiento en particular? ¿Algo que lo mantuviera en pie... usted sabe, drogas, alcohol...?"
- "No que yo supiera. Era bastante reservado y nunca faltó a las normas. Siempre nos tomábamos unas copitas después de los conciertos, eso sí, si salían bien".
- "¿Le dijo algo más la última vez que lo vio?"
- "Nada".
- "¿Y su familia?"
- "Ya avisé. Está en camino".

Después de esperar un tiempo alcancé a revisar un poco más su oficina, recorrer el teatro y caminar sus pasos. Llegó una señora que me llevó a donde él vivía para revisar un poco más allí. Ella estaba muy triste, pero seguía amable y con buena disposición. Ya era un poco mayor. Me contó un poco de la vida del maestro, cómo sonreía escuchando música y cómo con su alegría iluminaba el lugar. 

- "Yo siempre noté algo de oscuridad en sus ojos, pero lo hablábamos en secreto, sólo con mirarnos. A él no le gustaba hablar de eso, por eso no le pregunté nada".

El apartamento estaba casi vacío. Había una salita de estar muy bien organizada con muebles y una mesita central. Un equipo de sonido, bibliotecas y unos pocos electrodomésticos. La cama estaba bien tendida, el baño limpio y la cocina también. Con el permiso de la señora, empecé a revisar un poco entre los papeles, entre los libros, incluso la basura. En un cajón encontré un sobre: "Para mi querida Marie" - no lo quise abrir. Se lo entregué a su destinataria, la señora que me acompañaba, que muy gentilmente se retiró al estudio para leer la carta. Yo seguí en mi búsqueda de información, aunque ya sabía que todo debía estar contenido en ésas palabras que eran sólo para aquella dama. Me senté un rato a esperar y luego, me acerqué a donde ella estaba.

- "Por fin el ciclo está completo" - dijo para sí misma en un tono de voz un poco quedo - "Descansa en paz". Noté que brillaban un poco sus ojos y tenía un par de caminos de lágrimas sobre el rostro.

- "¿Se encuentra bien?"
- "Perfectamente".

Me entregó la carta y se fue para la cocina a preparar un poco de té.

"Querida Marie:

Tiempo hace que nos conocemos, antes de pintarme algunas canas en las sienes. Y desde entonces me has sido fiel, confidente, amiga. No tengo razones para reprocharte las pocas veces que te he sentido lejos, porque sé que en tu corazón y el mío, nunca nos hemos dejado.

Sin embargo, en este corto tiempo que nos ha regalado la vida y a pesar de tu amabilidad conmigo, yo no te he correspondido apropiadamente. Todo lo compartido ha sido maravilloso y está guardado en mi corazón eternamente, aunque debes saber que en mi alma siempre guardé una parte, una que me reservé en la soledad, una que se asoma desde la oscuridad. Una que no soy capaz de ver.

Es por eso que te dedico éste último concierto, al que seguramente irás, y en el que cada vez que suene una nota, un acorde de ésta "alegría divina", yo estaré gritando desde lo más profundo ¡Libertad! y te regalaré ésa última honestidad pura con mi más preciado tesoro, mi único bien, mi amor por ti.

Perdóname por dejarte ver solamente al final lo que verdaderamente soy y no darte la oportunidad de amarme u odiarme a los ojos.

Tuyo siempre"

Cerré los ojos un minuto deseando escuchar aquella confesión y entenderla, como seguramente ella lo pudo hacer. Me apresuré a su lado. Ya tenía un par de tazas de té esperando en la mesita. Me miraba fijamente con una expresión plácida. Me senté en el sillón de la sala y tomé un poco de té. Ella siguió hablando, contando historias. La vez que viajaron juntos, la casita en las montañas, los planes, las tardes de lluvia. Yo solamente podía oír atentamente. No vi pasar las horas. 

Ya no pregunté más nada. Me fui para mi casa con el almuerzo en la mano. Ya eran las 6:25 p.m. Pasé toda la tarde con "Marie" y sus historias sobre el maestro. Abrí mi colección de música y encontré por casualidad un CD con la sinfonía que tocaron el sábado, que me habían regalado años atrás. Apagué la luz y dejé una vela encendida. Me senté a comer el almuerzo mientras sonaba. Al poco tiempo sólo pude cerrar los ojos y recostarme en el sillón a escuchar. Me salían lágrimas, pero no sentía tristeza alguna. Me envolvía, me abrazaba aquella música sublime. Terminó y sentí ésta inexplicable comprensión que había anhelado tras leer la carta. Después de unos minutos me paré y quise ponerla otra vez. Leí la carátula y para mi sorpresa, estaba la foto del maestro en el librito que contenía la información. Lloré otro poco.

Me fui a acostar con el espíritu renovado, limpio, bañado por las lágrimas de todos mis sufrimientos saliendo, dejándome para siempre.

Me vestí formal y me dispuse a salir para el funeral. Era la primera vez que en mi trabajo algo llegaba a tocarme. Siempre todo se trata de cosas absurdas; no pensé encontrarme en ésta posición por algo tan cotidiano que se había vuelto para mí, hoy, profundo.

Había mucho silencio en la catedral. Todos se abrazaban y compartían historias, pero siempre en un volumen bajo. "Al maestro no le gusta que le hagan bulla", me dijo Marie y luego siguió encargándose de recibir a todos a la ceremonia. Se acercaban cuidadosamente al féretro y hacían una pequeña inclinación con la cabeza. Luego, hubo música. Los homenajes se extendieron un par de horas y luego, nos fuimos en la caravana al cementerio. En el camino, un coro cantaba una música hermosísima. "Nos dejaste muy pronto, querido amigo, pero Dios sabe que el lugar que ocupaste entre nosotros está reservado sólo para ti", fueron las últimas palabras. Luego, la multitud hizo fila para dejarle flores y un último adiós, mientras unos y otros seguían cantando. 

Yo pasé al final, porque no quería causar revuelo entremetiéndome en una procesión de la que no hacía parte. Ya no se veía la tierra que cubría el ataúd, que estaba adornada por decenas de ramos de flores. Con mucho cuidado puse el mío a un lado y me atreví a decir: 

"Aunque no te conocí en persona, ¡gracias! Desde allá donde estés viviendo ahora, entre este mar de flores y música, mira lo que toda esta gente pudo ver en ti, que tú no pudiste, y que la libertad de tu alma sea completa"


lunes, 8 de septiembre de 2014

Transfiguración

Daba vueltas en la cama como un condenado a muerte la noche anterior. Se levantaba, rondaba por la sola y vacía habitación de la choza en que vivía. 
Se aventuraba a la sala, también vacía. Corría un poco entre las luces que se entraban por la ventana. Era luna llena.
Sentía en su pecho un deseo irremediable de brotar, como si dentro viviera otro ser al que ése cuerpo le quedaba pequeño. Se frotó la cabeza con las manos. Se amasaba los brazos con fuerza y de pronto se le oía suspirar. Rechinó los dientes. Cerró los ojos un momento. Respiró.
Se acercó a la ventana como llamado por una extraña fuerza y miró hacia al cielo en una plegaria última, eterna.
Se agachó otra vez. Un gruñido se escuchaba solamente en su cabeza.
Caminó hasta su cama destendida en medio de la oscuridad y se echó boca abajo. Empezó todo otra vez.
Repasaba su vida como leyendo un libro conocido: saltando partes, recordando aquellas, descubriendo las demás. Todo estaba dentro de sí pero a veces no lo recordaba. Ahí es donde empezaba a dar vueltas otra vez y se repetía la misma historia. La ronda, el vacío, la sala, las luces y, por fin, la luna. Gruñía otra vez.
Cerró los ojos por último después de la cuarta vez. Se echó una vez más como las otras tres veces con la boca hacia abajo, pero ahora parecía el fin.
Se acomodó una almohada entre las piernas y se encogió como un gusano de esos que se enrollan cuando uno los toca con un palo. Se secó las lágrimas que llevaban un rato fluyendo intermitentes. Sus brazos le dolían por la lucha.
Así, enrollado, como abrazándolo todo, descansó. La respiración se hacía más pausada, ligera. Cuando estuvo preparado, se desenrolló otra vez.
Ya no tenía miedo.
En su mente pasaban vívidas las horas, las décadas, los siglos. Una que otra imagen se quedó un segundo más que las demás y sin embargo todas pasaron hasta salir completamente del espectro.
Descolgado hacia un lado de la cama, mirando al piso, suspiró. Cerró los ojos otra vez y esperó.
Lentamente se enderezó sobre el colchón y así acostado miró hacia el techo. Cerró los ojos una vez más y respiró profundo. Despacio como en un leve amanecer volvió a descubrir la luz de la luna entrando por su ventana. Ahora, cada pensamiento le hacía cerrar los ojos. Imprimía todo en su memoria que ahora estaba vacía, blanca, recién nacida.
Recordó sólo la luz de la luna y su toque pálido sobre las cosas de la habitación. El frío. La noche. Aquel sillón que se ajustaba contra la pared. El techo. Sus brazos que se extendían al cielo. La suavidad de las sábanas. Y oyó la sangre correr por todo su cuerpo. Se escuchaban los grillos y los sapos a gritos llamando a sus amores. Y recordó el bosque, la niebla del amanecer. Las montañas. El estanque, la brisa suave que sacudió su pelo. 
Y sus piernas recordaron correr. La libertad se le agolpó en cada latido. Tenía dilatadas las pupilas. Se sentó en la cama con ésa determinación que tienen los que saben para donde van. Con la levedad de la luz sólo alcanzó a ver el brillo de sus garras cubiertas con una nueva fuerza invencible.
Miraba al cielo que se escondía más allá del cielo raso y cerraba los ojos una y otra vez entre prolongadas y hondas respiraciones.
Se le agitó el corazón otra vez. Pero esta vez era diferente. Sus ropas en harapos cayeron por última vez de su cuerpo al que ya no le ajustaban.
Ya no estaba vacía la habitación ni la sala porque la cubría con todo su cuerpo. Ya no le picaba el pecho. Ya no necesitó gruñir más en silencio.
Tibio, con el fuego de su corazón iluminándolo todo, con la vista fija en el horizonte, corrió hacia el infinito sin mirar atrás.

viernes, 27 de junio de 2014

Dieciseis

No recuerdo todos los detalles de cómo llegué allí, dónde era exactamente o por qué estaba allí, pero me parece que era en Santa Ana, una casa grande, vieja, con patio en el centro... 
Esos barrios viejos y cansados que tienen calles en piedra, lomas que sólo suben hasta una montaña interminable y que bajan como rápidos de un río caudaloso hacia el mar. La casa era blanca por dentro. Las puertas y marcos de ventanas eran de madera pintada de verde. Los pasillos angostos y el techo alto. Había un patio lateral y otro en el centro poblados de helechos y flores. En el centro una fuente grande.
Clima frío. Nublado.
La orquesta ensayaba en un salón central. Todos, casi sin luz, tocaban autómatas las notas de una sinfonía. Tal vez sería una de Tchaikovsky. La penumbra conjugaba bien con el lúgubre Adagio que salía del recinto.
Yo sólo iba y venía. 
Había varias personas que recuerdo de antes, que no sé cómo se llaman. Cada uno tenía una actividad diferente. Estaba un "don Juan" en el primer patio, rodeado de mujeres, ninguna de su afecto, ninguna de su propiedad. Corrían los chismosos de un lugar al otro interrumpiéndolo todo, en frenesí. En el patio central había parejas sentadas en sillitas a los lados de la fuente. Parecían estatuas griegas, inertes, bellas pero grises, frías. En la cocina todo estaba sucio. Regado por doquier un intento fallido de almuerzo que había decepcionado a todos.
De pronto, alguien irrumpió a través de la puerta. Ella se me acercó y me dijo: "¿la has visto? Es urgente... nos está buscando."
Y yo pregunté: "¿Quién? ¿por qué?" Horrorizada levantó su brazo derecho y me mostró todo un manojo de pelo aún pegado del cuero cabelludo. Era rojo, con un par de rayitos monos y me dijo: "Le dieron con el escalpelo y la dejaron así..." Todavía no entendía bien cuando... llegaste. 
Hubo reunión. Hubo peleas, cosas raras... estaba oscuro. Había quien gritaba por la humanidad, había quien gritaba de dolor. Yo no entendía nada. En medio de la confusión me aparté. Seguía todo normal fuera del lugar del barullo. Me acerqué de nuevo por la cocina y seguí por el pasillo hasta más atrás. Allá todo era tan oscuro que era negro. Ya no veía nada. De pronto, estaban preparando todo para tu funeral.
Yo no entendía nada. Salí y a la salida de esa casa me encontré una familia. No sé si entraban o se iban. Los hijos ya estaban grandes y se suponía que los conocía desde pequeños. Al señor casi no lo recuerdo, pero la señora era amiga de mi mamá. Ya casi no tenía dientes y usaba un tapabocas verde claro. Dudé en saludarla pero me atreví. Cogí su mano y me sentí asqueado, pero disimulé. Volví a entrar y todos habían salido.
La casa había quedado vacía de estudiantes o jóvenes... sólo estaban los más viejos en la cocina. Cerca a la cocina había una salita con muebles grandes y cortinas oscuras. Casi no entraba la luz pero me senté a leer cerca para que me vieran los que estaban en la cocina y hablar con ellos. Estaba demasiado oscuro.
Hacía mucho calor. Me fui para un cuarto que tenía ventanas sin cortinas y entraba en sol. Me senté a la mesa de escritorio que estaba junto a la ventana, pero no la abrí. En el cuarto había toda clase de cosas antiguas: radio, muebles, lámparas y cuadros. La mesa debía tener más de mi edad y la silla parecía tambalearse con mi peso. Había varios libros en la mesa y cogí uno. Ni siquiera vi el título, pero lo abrí. Fingí leer por un tiempo hasta que una señora me interrumpió a los gritos. Estaba molesta porque tenía las ventanas cerradas. Se moría del calor. Se sacudió parada al lado de la ventana que ahora estaba abierta. No se callaba. Yo estaba ansioso. De pronto, me sentí mareado por el calor y el vértigo me tiró a la calle por la ventana.
Ahora caminabas a mi lado. Crecía la intriga por el evento del escalpelo y caminábamos hacia mi casa. Iba a alquilar otro apartamento en un cuarto piso. Yo intentaba llegar pero no recordaba exactamente donde era mi casa.
Y de pronto, reconocí el apartamento. Había muchos árboles cubriendo la calle. El edificio era amarillo. Tenía unos 6 o 7 pisos de alto. Rejas color cobre sobre las ventanas y puertas. Aire fresco pero pesado al interior. Subimos los 4 pisos contando los escalones en espiral. "Dieciseis, diecisiete, dieciocho..."
"¡52!" Ahora debía buscar mi apartamento que debía ser el cuatrocientos... "¡cuatro!". Lo reconocí de inmediato. Salía sangre por debajo de la puerta...
Me metí las manos al bolsillo para buscar las llaves. Temblaba un poco. Estabas parada a mi lado izquierdo tratando de no pisar la sangre que salía. Me tomaste del brazo para intentar calmarme. Sentía cómo mi corazón latía rápido y subía la sangre con fuerza hasta mi cabeza. Oía tu respiración acelerada y sonora cerca de mi oído. Cerraste los ojos un poco, con lágrimas.
Ahí fue cuando saqué del bolsillo, con mi mano derecha, el escalpelo untado de sangre...

viernes, 20 de junio de 2014

Café à París

Se sienta como todas las mañanas en el café a esperar el paso del sol en su ciclo interminable. Come sus tres comidas con un poco de vino y se sirve una copa cada tanto. Entre comidas habla con quien se sienta a su mesa o lee algún libro o las noticias. Fuma de vez en cuando su pipa, sobre todo cuando está más solo para no incomodar. Se para de vez en cuando para ir al baño o mantener la sangre circulando por sus venas. La vista lo llena de una romántica modorra que no le deja abandonar su puesto todos los días desde hace años. Es temprano todavía, aunque ya el paso del tiempo no le hace ningún efecto.

Nadie sabe a qué se dedica exactamente. Saca una libreta de vez en cuando y escribe quién sabe qué cosas. A veces se le ve dibujando. A veces dormita como si oyera música con los ojos cerrados. Y mueve un poco la cabeza como si bailara un blues. 

Abre los ojos y mira la gente pasar con raro entusiasmo. Cualquiera lo daría por investigador. Sólo se dedica a observar. ¿Qué busca en los rostros de la gente? ¿A quién espera?
La gente a veces se reúne a su alrededor y le ve mientras descansa la vista de los rayos del sol o para oír las historias que inventa o que cuenta de sus vidas pasadas. Pasa de ser artista a político e incluso banquero y luego se ríe de todo lo que se le ocurre. Nunca dejaría la vida que lleva, aunque nadie sabe con certeza qué vida será.

Más de una vez nos contó sus travesías por la guerra y de cómo aguantó solo el fortín que se caía a pedazos en medio de la nada a varias horas de camino a cualquier lugar. Muestra con orgullo las heridas que un día casi le cuestan la vida y señala los puntos y cortadas que tuvo que hacerse para sobrevivir. 
Nos da lecciones de todo tipo, porque es un hombre muy versado en cosas que ya no se usan, suele decir. Su risa contagiosa y su soledad embriagante han hecho de mi restaurant un lugar muy concurrido. Todos esperan al misterioso hombrecillo que se sienta a la ventana.

Un día no lo vi más. Salió como todas las noches con su paso firme pero lento con sus manos en los bolsillos del abrigo grande que siempre lo cubría.
Habrá visto por fin el lugar donde encontraría lo que soñaba cada vez que de reojo le vi brillar lágrimas perladas bajando por sus mejillas.

- París 20's -

martes, 29 de abril de 2014

Dos veces dos

¿Qué hiciste de mí?
Veo todo difuso... la noche se ocupó de los dos por 48 horas. Y ahora el insomnio pasó a ser otra cotidianidad. Y no quería preguntar, pero pregunté dos veces.

Es que todo debía quedar claro cuando te fuiste de aquí. No sé si nos equivocamos dos veces más, pero, las cosas no quedaron en su lugar después de cerrar la puerta. Más de un beso se suicidó de dos bocas que sólo se encontraron en el aire de palabras cada vez más confusas.

Y caminamos las calles como dos y uno a la vez. Bebimos de la misma copa y con los mismos ojos nos encontramos una sola vez. La sorpresa explotaba en mil mariposas que nadie dejó incubar. Se salían de control dos latidos entrelazados, que nunca debían encontrarse.

La noche pasó ansiosa y corta. El alcohol hacía su parte y yo... tan sabio y tan pausado no lo dejé hablar. Ni la oscuridad ni el trago ni tu mano sobre mi pecho ni mi brazo apretando tu cintura podían convencerme de seguir el rumbo desconocido. Y ahora no sé si era desconocido...

¿Qué hiciste de mí?
Veo todo difuso... 48 horas después sigue la noche y ahora no tengo más otra cotidianidad que pensarte. Y no quería preguntar, como no quería sentir, pero pregunté dos veces y sentí dos veces más.

jueves, 17 de abril de 2014

Requiem alla Polaca

Tenía los ojos más azules que había visto jamás y brillaban con una luz tenue, casi sin quererlo. Y su sonrisa le hacía relucir el rostro lavado por las lágrimas de toda una vida. Su pelo, aún vivo, le recordaba los años juveniles en los que todavía soñaba. Y en sus manos se podía ver el cansancio de las caricias jamás recibidas, jamás dadas.

No tomó sus pastillas esta vez y su camino se oscurecía cada vez más. Casi no sintió su ausencia por las charlas amenas que compartía, pero sus ojos llenos de insomnio revelaban lo contrario... y una sombra siempre revoloteaba en su ventana.

Sólo un día por cada año de vida le tomó contarme todo. Se enamoró al instante del cabello oscuro y los ojos grandes, de las noches infinitas en que por primera vez fuera feliz... y en menos de un mes las historias llegarían a su fin llevándose su última sonrisa de mi lado.

Sus pasos siempre rodearon abismos interminables y a tientas se apresuraba a no dejarse caer, aunque amaba el vacío que la llamaba a sus entrañas; entrañas de una madre que jamás le sirvió de hogar y vacío en las entrañas de un padre que la mató un segundo después de nacer. Ya no tendrá que sufrir más las largas tandas de golpes en el alma y en el cuerpo que la vida le propinó por 28 años ni los días y noches sin amor que la dejaron virgen de caricias y besos por encontrar siempre algún patán que sólo la quisiera robar.

Escuchó por primera vez mis conciertos, que le dediqué con emoción y vivió sus últimos días soportando con dolor cada pensamiento absurdo que su enfermedad le puso en frente. Una guerrera del dolor que no supo aguantar más, pero que al conocerme pudimos luchar juntos y enseñarnos mil cosas, a mil kilómetros de lejos.

Sobrevivió tanto tiempo que fue casi un milagro conocerla. Ahora, tal vez descansa ya sin haber recibido los abrazos que necesitó y el calor de un hogar que un día pudo encontrar aquí. Carmen vestirá de luto hoy y con ella seremos dos los únicos que verá en su entierro; los únicos que la conocimos un día y la amamos de verdad, que creímos en su luz y que la vimos apagarse poco a poco, aún sin desfallecer.

Vivirá siempre en mi alma el recuerdo de su voz de soprano que nunca escuché cantar pero que escuché reír mil veces aún cuando su corazón quería llorar. A la guerrera de la vida, que supo amar aún sin creer en nada, con Amor.

Salud! My Lady... que el Señor te guarde en su corazón.
Perdón por no llegar contigo a tiempo.

- R.I.P -

viernes, 11 de abril de 2014

De los últimos años

Cientos de días y noches han pasado desde la última vez... aún cuando no fuera la última que la vida nos tuviera preparada y cientos de otras tantas hayan pasado después. Hoy, hace un año ya que te fuiste.

Del tiempo que pasamos juntos la vida se encargó de revolverlo todo. Las lágrimas y las risas, pintadas del mismo color, hacen llover el cielo de mis ojos que un día fueron tu inspiración. Y sí, espinas han tomado la forma de mis brazos para mí también.

Te veo, porque es inevitable, y siento el dolor que hay detrás de la misma cara que vi años atrás. Tiempo aquellos en los que dí todo hasta quedar vacío. Tiempos en los que preferiste ver por la ventana hacia afuera que buscar adentro todo lo que te ofrecí. Y cuando el tiempo nos encontró por fin, tú ya ibas de salida.

De la revolución y la resistencia nos quedaron llagas que tal vez ni el tiempo logre curar. La guerra, las bombas y las muertes alrededor desangraron todo y volvieron infertil la tierra que en su juventud fuera abundante y próspera.
En ruinas quedamos los dos, así parezca que el botín quedó conmigo y se fue de ti. Y ya los brazos nunca más volvieron a cargarte tantas veces que no fue por mí que cayeras, porque ya el dolor no lo hizo más posible.

Tantas veces volví a ti dando saltos enamorados o con la cabeza gacha y el corazón abierto y tantas veces la vida se interpuso y los viejos vicios volvieron a dañarlo todo.

Qué manera de perderlo todo por tener un virus resiliente en tu interior. Uno que no fue inoculado por mí, pero que cultivé con suficiente descaro e insuficiente amor.

Quisiera que la vida nos hubiera entrelazado más dispuestos y no nos hubiera arrancado a la fuerza, porque bien sabes que te amé y te amo, pero, sólo quedarán fotos en blanco y negro empolvadas en un viejo y fuerte baúl.

Perdón por los cristales rotos y las espinas clavadas, una vez más.

sábado, 22 de marzo de 2014

Presagios

Vivió su último año de vida como una premonición.
Al completar el ciclo, revisó cada día, cada semana, cada sensación, cada evento y se dio cuenta de la triste realidad. Le quedaban pocos años de vida -tal vez 2, pensó- y ya era muy tarde para ponerse a planear con detalle. Debía vivir a lo grande.

Se encontró frente al espejo viendo sus canas más recientes y los últimos rastros de los golpes de la vida marcados en su piel. Los ojos más oscuros y la mirada cada vez más perdida. Prendió un cigarrillo una vez más, para pegarse de la poca vida que le quedaba. La ansiedad y el tedio se convertían en su actividad diaria. Ya nada lo hacía por deleite. Había perdido la sensación de sabor en su boca. 

Se sentó un par de horas a pensar en su futuro. Ya era muy corto y había mucho por hacer. Y a la vez, nada. Sacó de su maleta un último truco y se dispuso a presentarlo al mundo una vez más. Ya había perdido el miedo a vivir y ahora empezaba por fin a tener miedo a la muerte. Leyó por última vez el libro de su vida y se dispuso a preparar su final con los detalles que quiso.
Ahora, como siempre pensó, su vida sería la preparación para el paso hacia el más allá.

De repente, se rindió ante sus sueños y soñó por última vez los brazos de su amada, el peso de sus hijos en los hombros, la hinchazón en el corazón al ver el amor depositado allí y que ya se había perdido por los años.
Renegó por última vez de los destinos y los casos perdidos. Advirtió por última vez a los dioses su mal desempeño con su vida y rogó por última vez al cielo que sus últimos años fueran diferentes. Acabó cada oración con un pequeño grito enmudecido y una lágrima. Se cogió la cabeza y se recostó sobre el respaldar de su cama.

Llorar ya no valía la pena para él. El cansancio se llevó sus ganas de sentir y las reprimía con gran fuerza. A veces las dejaba salir y luego, lleno de terror, volvía a esconderlo todo.

Quería dejar su testamento en orden. No tenía a quien dejarle sus libros, sus memorias, sus tres camisas y el pantalón; el par de zapatos y las ollas; sus 2 perros y las plantas, todo lo que había sido su compañía por más de diez años y tan viejos como él también estarían a punto de sucumbir ante el polvo y lo roñido de sus vidas actuales. Ellos, que lo habían visto todo, serían también los únicos testigos de su muerte repentina, que aquella tarde le había presagiado.

Se levantó como un resorte de la cama y comió algo. Se sentó, prendió su tocadiscos y se dejó caer como el sol entrada la tarde. Con la noche se fue a dormir como si nada, tal como todos los días, esperando los nuevos presagios de cada día con los brazos abiertos, con el alma tranquila para vivir hasta el último aliento.

domingo, 9 de marzo de 2014

Amor desde la ventana

Se sentó a mirar por la ventana. El paisaje le era indiferente, pero aún así pasó horas mirando. Recibió la brisa de la tarde. No pensaba. Caía el sol frente a sus ojos que a ratos dejaban asomar una lágrima. Se recogía un segundo sobre sí misma, luego volvía a su contemplación.

Suspiró...

Se levantó. Preparó un té y luego prendió un cigarrillo. Volvió a sentarse.

Respiraba hondo y tragaba bocanadas de humo. Sólo eso le impedía escapar o hundirse más. Se frotó un poco el cuerpo. Ya hacía frío. Comenzó a llover. Pasó toda la tarde sentada y el hueco que dejó en el sofá evidenciaba el cansancio que la dejó sembrada toda la tarde con la frente al horizonte. Sin hablar. Quiso levantarse de nuevo. Le temblaron un poco las piernas, pero logró pararse. Salió con su pequeño pantalón corto amarillo y su camiseta sin mangas hacia la ventana y recibió la brisa un poco empinada hacia la calle.
No llevaba sostén, pero no le importó. Ése era su momento. 

En las puntas de los pies, bailaba dejándose llevar por el viento...

Se balanceó un poco hacia el infinito con cara de atontada y descubrió un asiento en la pared. Sacó sus piernas esbeltas, desnudas, por la misma ventana y se sentó. Sacudió los pies como quitándose el peso de la vida que los aplastaba contra el suelo. Se recostó un poco y dormitó.

Caía ya la noche cuando reparó en lo alto que estaba del suelo. No se sorprendió ni corrió hacia adentro. Disfrutó un poco la liviandad de pisar el aire y se dejó llevar como una hoja, levitando hacia el sofá que le aguardaba atento y que le prestó su figura en forma de abrazo toda la tarde. Caminó un poco sobre él y se puede decir que saltó un poco. Había recuperado un poco la vida, un poco lo infantil y cálido de su ser. Se puso un saco de esos grandes, grises, con capucha.

Decidió vivir otro rato más en aquel lugar y no pensar más. Miraba al cielo oscurecido y lleno de estrellas. La noche era tranquila y la lluvia había dejado bastante fresco el ambiente. El aroma de la tierra mojada la arrullaba como el perfume más delicioso y abrigada por el frío, se dejaba vencer nuevamente por el sueño.

Era más de medianoche cuando despertó otra vez. Una ventisca fresca había sacudido sus huesos. El silencio le causaba impresión. Volvió a mirar por la ventana y se dejó llevar una vez más hacia el infinito, como buscando una conexión con el inmenso universo que la cubría. Se llenó de deseo de repente y respiró con más ímpetu. Seducida por la belleza en sus ojos, repartió un par de besos desde su alma y abrió su corazón otra vez.

Por primera vez se enamoró incansable y comprometida. Recibió lo mismo y lo abrazó en su pecho fervorosamente. No dejaría escapar de sí aquella tarde en que por fin se encontró en la vida y se amó y amó todas las cosas que guardaba en su interior. 

Aquella tarde de amor desde la ventana.

sábado, 22 de febrero de 2014

Óleos

Lejos de intentar seguir escribiendo la misma nostalgia y los cansancios, saco la paleta de colores y pinto aquí y allá los tonos grises con óleos de colores vivos. Mientras lo intento se entremezclan los grises y los amarillos, verdes, rojos. Con paciencia voy corrigiendo el manchón y dejando salir el color de la pintura.

"La verdad es que yo la odio (la música)" me dice la que caminaba a mi lado y de pronto sentí que me arrancaban el alma. Voy a intentar explicar que si la vida es triste, debe ser por palabras como aquellas, que cortan del alma las flores que nacen de lo más bello del ser.

Cuando intento imaginarme algo, cierro los ojos, respiro hondo y me dejo llevar. La imaginación no es más que un vehículo para conocer los confines del universo y tal vez crear universos nuevos. Viajo y viajo intentando futuros y pasados, tratando de entender, tratando de llegar más lejos, más profundo.
El mismo pincel no deja hacer todos los efectos. Cambio de pincel.

Lágrimas brotan de mi alma ante frases tan incomprensibles. Y a manera de balada diré que "me duele el pensar" que hayan personas con armas allí afuera, dispuestos a matar niños, jóvenes y adultos, mujeres, animales y hasta sí mismos, sólo por no encontrar algo bello en qué pensar. Ya cuesta hablar de belleza, estética y principios en un mundo que todo lo destruye.

Sueño con un bastidor en mi pared. Uno pintado por mí, al son de las notas que oigo justo ahora y que día tras día se han convertido en mi comida, en mi quehacer, en mi vida. Ya no tengo las aspiraciones de antes. ¡Cómo ha cambiado la vida desde que éramos pequeños! Aún sigo cansado como siempre, pero es por no tener óleos suficientes o pinceles o bastidor para pintar. Sucumbo ante la idea, pero me repongo y vuelvo a pintar.
Los colores se siguen mezclando, pero me esfuerzo un poco más.

Grito en silencio y agacho la cabeza. Sigo caminando como si no hubiera escuchado el consejo de dejar mi vida. Siento lástima por mí y la humanidad que habla así. Lloro un poco ahora. Debe ser la música que puse para escribir. Ahora sonrío. No tengo más argumentos para demostrar lo que significa para mí. Sólo la vivo y ya. Ah! y la amo. Se convirtió en mi sangre y la única cosa que ha estado presente en mi vida sin mancha, sin dejarme.

Pintar nunca es suficiente. No sirve acostumbrarse al óleo o a la textura del pincel. Hay que untarse los dedos de pintura y dañar un par de pantalones. Ensuciarlo todo y quedar como un loco con el pelo pintado y levantado con mechones de colores. El que sabe pintar, sabe que es así. Y mirar el cuadro de lejos, de cerca, de reojo. Dejarse llevar en sueños hasta allí, al lado de lo pintado. Ver cada detalle, olerlo todo, mover cada cosa, tocarlo todo. Sentarse a mirar una y otra vez la belleza que está ahí inmóvil, lista para dejarse mezclar con mil colores. Colores que nunca han existido.

miércoles, 12 de febrero de 2014

Ausencias

"No estoy hecho para este mundo" pensó. Miró al cielo con los ojos cerrados y abrió los brazos con las palmas arriba. Suspiró un momento. Apretó fuerte los dientes, los párpados, el ceño y la vida. Respiró hondo. Exhaló fuerte mientras relajaba todo el cuerpo. Se dejó caer sobre el asiento y se encorvó mirando al piso con los ojos cerrados y los brazos recogidos, como intentando abrazarse.

Por su mente, ahora con el cuerpo inmóvil y desconectado de lo que pasaba a su alrededor, pasaban miles y miles de imágenes de sus días. Todas las veces que dijo las mismas palabras en medio de tanto dolor; que su polo a tierra siempre fue una idea, un sueño, una esperanza en cada exhalación. Y recordó el sueño de la madrugada.

Lloraba. Intentaba gritar, pero la garganta cerrada por el llanto y la cara tan desfigurada no lo dejaron hacerlo. Salían lágrimas gruesas como sudor. La cara estaba mojada centímetro a centímetro. Inmóvil, impávido, casi inerte.
La vida se le había escapado de repente, sin saberlo, de tanto aguantar, de tanto exhalar para poder vivir. Recordó ésa reflexión, ahora despierto.

Estaba despierto y escuchaba la música sonando en su viejo equipo de sonido, pero él no estaba ahí. Inmerso en lo profundo del Yo, intentaba descifrar el código que le permitiría sacar los últimos recursos, los más preciados de su ser y hacer la última inversión, apostar por última vez, como cada vez que fue la última. Repasaba una y otra vez cada apuesta anterior, cada pérdida anterior. Aún las ganancias habían representado mil pérdidas. La deuda ya era muy grande.

Obstinado por vivir, lo había empeñado todo. Su vida ya no era suya. Le pertenecía a todos esos recuerdos y a todos debía vidas imposibles de pagar.
Se cogió la cabeza. Apoyó la cara en las manos y los codos sobre el abdomen.
Sólo en sueños podía llorar. Ahora, sin descifrar el sentido de su vida, sin encontrarle valor, se lanzaba una vez más hacia afuera. Y ya no había marcha atrás. Tenía todo que perder, aunque no tenía nada. Al final, su vida pagaría todas las deudas. Y con ésa convicción se levantó.

Comió como cada día, la cantidad posible. Preparó todo. Se vistió con lo mejor que pudo y preparó la sonrisa con la boca reflejada en el espejo. Podía ver en sus ojos la verdad. Se maquilló un poco la mirada. Salió sonriente al mundo, temblando de miedo una vez más en lo profundo, como siempre, sin armaduras ni armas para defenderse, apostándolo todo dentro de sí.

domingo, 26 de enero de 2014

Peephole

De pronto se oyó un trueno. La tierra bajo sus pies cedió. Se abrió el cielo lleno de nubes y un rayo de luz penetrante y cálido lo abrazó. Sus ojos se abrieron como nunca y qué difícil se hizo tragar. 

Una montaña virgen y salvaje se aproximaba lenta pero amenazante...

Lo que nunca quiso ver se dispuso ante sus ojos ocupando todo el horizonte. Dejó atrás todo lo que vio antes, todo lo que vería después, y centró su mirada en el espejismo naciente. Latía el corazón desesperado.

Apretó los puños, rechinó los dientes, se aferró fuerte a su silla y siguió con su actividad urgente. Esquivó el golpe aparentemente, aunque días después recibió frente al espejo la imagen sangrienta que quedó en su pecho. Le atravesó el alma una palabra, una confesión. Y un secreto se escapaba por los poros.

Ya nada volvería a ser igual...

Mientras intentaba cubrir su herida, manchó su camisa. Le queda bien el color, aunque se nota la mancha. Mueve un poco los brazos, canta un poco, se balancea un poco, pero brota y brota sangre en cada movimiento. Su mirada le empujaba un poco la astilla que desprevenidamente se clavó.

Ya no desesperaría más. Sólo se muerde los labios entre tanto y tanto. Mira a todos lados y se descubre un poco errante, un poco desorientado. Se paraliza en el acto cuando el ardor le añade al calor del día un poco del sabor del pasado. Se decide a hablar. Luego calla. Y se debate todo el día.

Deambulando por la casa espera encontrar respuestas, solo, esperando mientras calla un poco más cada día y con pieles más gruesas, continúa tapando lo que nadie puede ver.

martes, 14 de enero de 2014

Plegaria a las nubes

Probablemente tu corazón ha puesto mis últimas palabras encima de todo lo demás... y ya no hay más que hacer.
Cargo luto desde hace tanto tiempo, que ya no lo puedo dejar. No lloro, no me lamento, no lo comento pero es verdad.

Es como si de repente mi vida, la vida en la que soy feliz y hago las cosas con pulso, con calor, se me hubiera ido. Sólo me agarro fuerte todos los días para no dejarme ir. Paro un segundo a llorar y la mueca se me hace familiar. Dura un segundo no más, pero es tan condensado, tan profundo, tan... doloroso.
Nadie lo nota. Nadie lo ve. A veces el esfuerzo es enorme...

Estoy haciendo mucho más, sabes? Hay mil proyectos más, mil cosas de ésas que soñé y que siempre están en lo profundo. Y simplemente estás ahí, cada día, en cada palabra, en cada idea. Todavía, a pesar de todo, eres más que gasolina para mi corazón. Y mientras te escribo, puedo ver tu cara... tus muecas y tus frases, a veces puede que llores, otro día ignorarás todo. Me hace feliz poder recordarte, tan adentro.

Hace poco tuve un sueño: Iba caminando y vi un par de niños pequeños. Lindos, llenos de ése amor que tanto ansié en la vida y que obtuve de ti. Pero, no iban de mi mano. Alguien los llevaba delante mío. Y sonreí porque los imaginé míos. Los abracé en secreto y deseé que sus padres pudieran amarlos tanto como yo lo haría. Alguien que me vio, se sentó a mi lado, me rozó la pierna y dijo: "Yo puedo cumplir tu deseo". No la miré, porque ya no miro a las personas por miedo a encontrarte, encontrar algo más que me recuerde... Me recosté un segundo al respaldar de mi asiento y antes de pensar si quiera me volteo hacia ella y con un gesto absolutamente hondo y solemne, triste, pausado, con los ojos cerrados, suspiro: "No... no puedo. Ésa oportunidad ya pasó. Se fue". Abrí los ojos de repente y comprendí al despertar que... así sería mi vida ahora.

Voy a extrañarte todo el tiempo...

No es un dolor como los otros. No me recuerda otros dolores, no revive historias. Y aunque toda la vida me preparé para sentir un amor así... nadie te prepara para la viudez. Nada puede hacerlo. No es un dolor cualquiera. Y pienso en tus dolores... aquellos que hablamos más de una vez y que lloré contigo desde acá. Así debe sentirse. El miedo, la tristeza sin fondo, sin piso. Un sólo deseo: ser feliz otra vez. Y de repente, sé que siempre supe más de ti y ahora compartimos ésa pérdida irremediable. Y te amo más. Siempre comprendí en lo profundo de mi corazón que debía hacerte tan feliz como nunca y que debía ser eterno. No reparé en gastos, no reparé en mis propias pérdidas. Y lo haría de nuevo.

He sido de todo y me avergüenzo cada segundo de los recuerdos de toda una vida mal hecha. Y siempre tus recuerdos son intocables. El asma, las bolsas de compras, las palabras, los sonidos horribles de tu celular. Tu caminar a mi lado, tus manos sobre las mías. Conozco más de una persona que me odiaría por decirlo. Es mi media vida la que se fue contigo. Autómata y sostenido por las ideas que me alimentan, la necesidad de hacer y tu recuerdo siempre presente en mi memoria, vivo sobreviviendo en paz. Las angustias de otros tiempos ya son tan simples como caminar, aunque se me ha hecho difícil caminar por los calambres y la visión un poco borrosa. Tú entenderías y te burlarías. Y seríamos tan felices si estuvieras aquí.

Constantemente miro al cielo y pienso en ti. Luego, bajo la mirada y hago una pequeña oración. Camino unos pasos y vuelvo a mirar. Cada vez más lento mi andar y más pausada mi vida, sólo espero dejarlo todo, dar hasta la última gota de sudor, el último aliento en batalla, y con ése impulso, llegar hasta ti cuando nos encontremos en la eternidad.

Aquí estaré siempre a tu lado y tú al mío...

martes, 7 de enero de 2014

Sobrevolando

Siento una libertad aterradora corriendo por mis nervios. El viento en la cara, los pies inquietos, los brazos extendidos hacia los lados, agitado, con el corazón palpitando cual carrera de caballos.
Voy al trote. Quieto. Vuelvo a trotar.
Voy volando sobre la vida tratando de mirar con poco detalle el paisaje.
Extraño todo aunque no sea capaz de hacer más, aunque no haya reversa ni avance en las búsquedas que no entiendo de la vida.
La música se me agolpa en el corazón sin tener donde ir, sin poder salir, sin poder llegar al destinatario ideal.
Sigo temblando mientras muevo las alas. Vacío sin piso encuentro una rama frágil de tanto en tanto.
Vuelo sobre la vida con poco aleteo, planeando entre las ramas y peñascos, cruzando ríos y mares para alcanzar el horizonte.

lunes, 6 de enero de 2014

Paisajes de soledad

Así, aterrado como me siento, al son de un Rachmaninov y con olor a cigarrillo saliendo por la boca, no puedo encontrar un mejor ambiente para escribir sobre la profunda y cólica bohemia que me aturde a diario.

Que se cumple el sueño...

He renunciado poco a poco a todo, a veces por gusto, a veces por descarte, a veces por obligación... o simplemente se me ha ido yendo todo en medio del tedio que supone cada nuevo vacío. Voy ganando un peldaño más de música... y qué es la música sino un encuentro con la desnudez del yo?

Chasqueo los dedos y gruño ante los recuerdos... nch!

Me veo al espejo más gastado que de costumbre. Las canas en las ideas, las arrugas en la mirada y las manchas en el corazón. Escribo como loco con el tiempo respirándome en la nuca y los brazos cada vez más adoloridos, las piernas cada vez más dispuestas a flaquear. 

Ya las heridas no cierran...

De repente, la vida pasa todo el día frente a mí con súbitos andares de capítulos viejos y nuevos al azar. Ya no leo entre líneas. Ya no leo. Miro atrás como por inercia y siento nada: la nada que quedó, la nada que significan alegrías y tristezas. La nada que me acompaña a diario a pesar de tanto potencial por descubrir

El tiempo camina en círculos como un reloj...

Y de tanto andar sólo conmigo quedan flotantes las ideas firmes que alcancé a gestar. Ideas de música que un día quise escuchar y los movimientos torpes de mis brazos al intentar escuchar lo que sea que quieran decir. Y ya sobrepasé ése límite preciso en que el suelo debía estar sujeto a los pies. Vuelo como un pájaro a gran altura, siempre con el vértigo y el frío de las nubes pasar.

Las olas entran y se van...

Blindado y ciego, tal como debía ser, camino entre los riscos y acantilados agrestes con estandarte y promesa; un mapa viejo y una vieja carreta que va regando mi equipaje; poco alimento, nada para intercambiar, sin dinero ni ropajes caros, sólo sueños que a nadie le interesaría escuchar. Las palabras ya no se me amontonan en la boca porque poco a poco he desistido de la idea de hablar.

Gruño y chasqueo los dedos y gruño otra vez...

En pleno auge de interconexión virtual me desconecto para conectarme, porque a pesar de tanto medio para conversar, siempre terminan las mismas letras al final de mis dedos contra un teclado impersonal, que no escucha lo que digo ni le importa, como a mí, tratando de traducir mis gestos y tristezas en simples espacios blancos en la hoja del mundo, al aire o pegados de cosas que se quedan ahí, sin leer.