domingo, 2 de noviembre de 2014

Querida Marie:

- "No es atractivo verme por dentro" - escribía por última vez y acto seguido apretaba el gatillo. 

Todo el contenido de su cráneo quedó esparcido por la habitación del hotel, la noche del sábado. Lo encontraron el domingo temprano. Nadie escuchó el disparo ni sus últimas palabras. Se disparó en la frente y quedó tendido sobre su propia letra en el papel donde escribiría su testamento, sentado en el pequeño escritorio entre las cuatro paredes, al lado de la puerta del baño.

"Mis últimas palabras..." - empezaba - "No tengo nada" - terminó.

Vestía una camisa manga larga y un pantalón fino. Todo estaba nuevo. Todavía tenía los recibos de compra del viernes a las 4:13 p.m. en el almacén de ropa más caro de la ciudad. Se dijo que murió aproximadamente la 1:00 a.m. del domingo. Nadie sabía, en el hotel, de donde vino ni por qué. Dejó pagado hasta el lunes y no pidió servicio alguno. Tenía la corbata floja y un saco muy elegante colgado en una de las sillitas cercanas a la puerta.

"Llegó a pie" - dijo el encargado - "...se veía muy formal, muy elegante. Uno no espera eso de alguien así".

Al parecer dio un nombre falso. Sus documentos estaban cortados en la parte del nombre. Aún teníamos su foto para publicarla. Sin documentos, sin nombre, sin datos ni referencias. 

Efectivamente, las cámaras de seguridad lo tomaron bajando de un taxi, cerca al hotel, a unas cuatro cuadras. Seguimos el taxi por toda la ciudad hasta llegar a un bar en el centro. "Pidió un whisky doble, dos veces. Pagó en efectivo de inmediato y se marchó". Eso fue entre las 10:42 p.m. y las 11:35 p.m. Luego tomó el taxi. Antes de eso llegó a pie. Tiró una maleta con partituras, unas gafas y otros elementos. "Es un músico" - pensé. Aparecían las pistas para resolver el caso y avisar a quien le pueda interesar.

Es lunes por la mañana y todavía estoy preguntándome qué le pudo pasar. Camino al cuartel, veo unos afiches pegados en las carteleras, en las esquinas. No los había notado antes. "Sinfonía No. 9 en Dm Op. 125 de L. van Beethoven. Dirije..." Supe en ése momento que debía tratarse de él. Llamé para avisar que tenía otra pista y que debían contactarme con quien se pudiera. Debían llamar a su familia. Ya teníamos un nombre, su ocupación. Este caso ya era pan comido.

Llegué a las afueras del teatro donde fue el concierto. Allí me dieron indicaciones para llegar al lugar de ensayo de la orquesta. Me recibieron amablemente, ignorando por completo la situación. "El sábado hicimos el último concierto de temporada y luego el cóctel de despedida. Fue una muy buena temporada y quedamos muy contentos con todo el trabajo..." - siguió hablando el administrador de la orquesta - "...terminar la temporada con un concierto como el del sábado fue, sencillamente, el broche de oro. Usted sabe, ésta sinfonía es muy significativa. El maestro la escogió muy bien".

Mientras siguió hablando aquel hombre, yo empecé a preguntarme más cosas. Estaba claro que había sido exitoso ¿por qué acabaría su vida llegando a la cúspide? 

- "Lo encontramos muerto en un hotel de las afueras. Él mismo se quitó la vida. Lo siento mucho" -

Su sonrisa se apagó al instante, se tomó la cabeza. Se sentó y dejó salir algunas lágrimas. Se recompuso rápidamente y se fue a la oficina a hacer un par de llamadas. Yo lo esperé afuera. Recorrí un poco el pasillo, las oficinas, y encontré la oficina del "maestro", como lo llamaron recientemente. Todo en perfecto orden. Bibliotecas con libros en varios idiomas, seguramente temas de música. Algunos eran claramente partituras, otros parecían de literatura. Una que otra figurilla, algunos cuadros en la pared. Revisé un poco los papeles encima del escritorio, otro poco los cajones. Nada.

"Vino a buscarme temprano, antes del concierto, y me dijo que no podía dirigir. Hablamos un poco, yo le dije que podía descansar después de este concierto. Que le queríamos regalar unas vacaciones a donde quisiera porque sabíamos que se había esforzado bastante ésta temporada y que era muy importante para nosotros que estuviera aquí" - Puedo imaginarme el cuadro perfectamente. Pregunté: 

- "¿Sufría él de alguna enfermedad, depresión o estrés?"
- "Imagínese lo que es dirigir 200 personas o más. Los egos, las disculpas, las molestias. Y es que los músicos son difíciles. Pero, son gajes del oficio, solía decir".
- "¿Tomaba algún medicamento o tratamiento en particular? ¿Algo que lo mantuviera en pie... usted sabe, drogas, alcohol...?"
- "No que yo supiera. Era bastante reservado y nunca faltó a las normas. Siempre nos tomábamos unas copitas después de los conciertos, eso sí, si salían bien".
- "¿Le dijo algo más la última vez que lo vio?"
- "Nada".
- "¿Y su familia?"
- "Ya avisé. Está en camino".

Después de esperar un tiempo alcancé a revisar un poco más su oficina, recorrer el teatro y caminar sus pasos. Llegó una señora que me llevó a donde él vivía para revisar un poco más allí. Ella estaba muy triste, pero seguía amable y con buena disposición. Ya era un poco mayor. Me contó un poco de la vida del maestro, cómo sonreía escuchando música y cómo con su alegría iluminaba el lugar. 

- "Yo siempre noté algo de oscuridad en sus ojos, pero lo hablábamos en secreto, sólo con mirarnos. A él no le gustaba hablar de eso, por eso no le pregunté nada".

El apartamento estaba casi vacío. Había una salita de estar muy bien organizada con muebles y una mesita central. Un equipo de sonido, bibliotecas y unos pocos electrodomésticos. La cama estaba bien tendida, el baño limpio y la cocina también. Con el permiso de la señora, empecé a revisar un poco entre los papeles, entre los libros, incluso la basura. En un cajón encontré un sobre: "Para mi querida Marie" - no lo quise abrir. Se lo entregué a su destinataria, la señora que me acompañaba, que muy gentilmente se retiró al estudio para leer la carta. Yo seguí en mi búsqueda de información, aunque ya sabía que todo debía estar contenido en ésas palabras que eran sólo para aquella dama. Me senté un rato a esperar y luego, me acerqué a donde ella estaba.

- "Por fin el ciclo está completo" - dijo para sí misma en un tono de voz un poco quedo - "Descansa en paz". Noté que brillaban un poco sus ojos y tenía un par de caminos de lágrimas sobre el rostro.

- "¿Se encuentra bien?"
- "Perfectamente".

Me entregó la carta y se fue para la cocina a preparar un poco de té.

"Querida Marie:

Tiempo hace que nos conocemos, antes de pintarme algunas canas en las sienes. Y desde entonces me has sido fiel, confidente, amiga. No tengo razones para reprocharte las pocas veces que te he sentido lejos, porque sé que en tu corazón y el mío, nunca nos hemos dejado.

Sin embargo, en este corto tiempo que nos ha regalado la vida y a pesar de tu amabilidad conmigo, yo no te he correspondido apropiadamente. Todo lo compartido ha sido maravilloso y está guardado en mi corazón eternamente, aunque debes saber que en mi alma siempre guardé una parte, una que me reservé en la soledad, una que se asoma desde la oscuridad. Una que no soy capaz de ver.

Es por eso que te dedico éste último concierto, al que seguramente irás, y en el que cada vez que suene una nota, un acorde de ésta "alegría divina", yo estaré gritando desde lo más profundo ¡Libertad! y te regalaré ésa última honestidad pura con mi más preciado tesoro, mi único bien, mi amor por ti.

Perdóname por dejarte ver solamente al final lo que verdaderamente soy y no darte la oportunidad de amarme u odiarme a los ojos.

Tuyo siempre"

Cerré los ojos un minuto deseando escuchar aquella confesión y entenderla, como seguramente ella lo pudo hacer. Me apresuré a su lado. Ya tenía un par de tazas de té esperando en la mesita. Me miraba fijamente con una expresión plácida. Me senté en el sillón de la sala y tomé un poco de té. Ella siguió hablando, contando historias. La vez que viajaron juntos, la casita en las montañas, los planes, las tardes de lluvia. Yo solamente podía oír atentamente. No vi pasar las horas. 

Ya no pregunté más nada. Me fui para mi casa con el almuerzo en la mano. Ya eran las 6:25 p.m. Pasé toda la tarde con "Marie" y sus historias sobre el maestro. Abrí mi colección de música y encontré por casualidad un CD con la sinfonía que tocaron el sábado, que me habían regalado años atrás. Apagué la luz y dejé una vela encendida. Me senté a comer el almuerzo mientras sonaba. Al poco tiempo sólo pude cerrar los ojos y recostarme en el sillón a escuchar. Me salían lágrimas, pero no sentía tristeza alguna. Me envolvía, me abrazaba aquella música sublime. Terminó y sentí ésta inexplicable comprensión que había anhelado tras leer la carta. Después de unos minutos me paré y quise ponerla otra vez. Leí la carátula y para mi sorpresa, estaba la foto del maestro en el librito que contenía la información. Lloré otro poco.

Me fui a acostar con el espíritu renovado, limpio, bañado por las lágrimas de todos mis sufrimientos saliendo, dejándome para siempre.

Me vestí formal y me dispuse a salir para el funeral. Era la primera vez que en mi trabajo algo llegaba a tocarme. Siempre todo se trata de cosas absurdas; no pensé encontrarme en ésta posición por algo tan cotidiano que se había vuelto para mí, hoy, profundo.

Había mucho silencio en la catedral. Todos se abrazaban y compartían historias, pero siempre en un volumen bajo. "Al maestro no le gusta que le hagan bulla", me dijo Marie y luego siguió encargándose de recibir a todos a la ceremonia. Se acercaban cuidadosamente al féretro y hacían una pequeña inclinación con la cabeza. Luego, hubo música. Los homenajes se extendieron un par de horas y luego, nos fuimos en la caravana al cementerio. En el camino, un coro cantaba una música hermosísima. "Nos dejaste muy pronto, querido amigo, pero Dios sabe que el lugar que ocupaste entre nosotros está reservado sólo para ti", fueron las últimas palabras. Luego, la multitud hizo fila para dejarle flores y un último adiós, mientras unos y otros seguían cantando. 

Yo pasé al final, porque no quería causar revuelo entremetiéndome en una procesión de la que no hacía parte. Ya no se veía la tierra que cubría el ataúd, que estaba adornada por decenas de ramos de flores. Con mucho cuidado puse el mío a un lado y me atreví a decir: 

"Aunque no te conocí en persona, ¡gracias! Desde allá donde estés viviendo ahora, entre este mar de flores y música, mira lo que toda esta gente pudo ver en ti, que tú no pudiste, y que la libertad de tu alma sea completa"