sábado, 22 de febrero de 2014

Óleos

Lejos de intentar seguir escribiendo la misma nostalgia y los cansancios, saco la paleta de colores y pinto aquí y allá los tonos grises con óleos de colores vivos. Mientras lo intento se entremezclan los grises y los amarillos, verdes, rojos. Con paciencia voy corrigiendo el manchón y dejando salir el color de la pintura.

"La verdad es que yo la odio (la música)" me dice la que caminaba a mi lado y de pronto sentí que me arrancaban el alma. Voy a intentar explicar que si la vida es triste, debe ser por palabras como aquellas, que cortan del alma las flores que nacen de lo más bello del ser.

Cuando intento imaginarme algo, cierro los ojos, respiro hondo y me dejo llevar. La imaginación no es más que un vehículo para conocer los confines del universo y tal vez crear universos nuevos. Viajo y viajo intentando futuros y pasados, tratando de entender, tratando de llegar más lejos, más profundo.
El mismo pincel no deja hacer todos los efectos. Cambio de pincel.

Lágrimas brotan de mi alma ante frases tan incomprensibles. Y a manera de balada diré que "me duele el pensar" que hayan personas con armas allí afuera, dispuestos a matar niños, jóvenes y adultos, mujeres, animales y hasta sí mismos, sólo por no encontrar algo bello en qué pensar. Ya cuesta hablar de belleza, estética y principios en un mundo que todo lo destruye.

Sueño con un bastidor en mi pared. Uno pintado por mí, al son de las notas que oigo justo ahora y que día tras día se han convertido en mi comida, en mi quehacer, en mi vida. Ya no tengo las aspiraciones de antes. ¡Cómo ha cambiado la vida desde que éramos pequeños! Aún sigo cansado como siempre, pero es por no tener óleos suficientes o pinceles o bastidor para pintar. Sucumbo ante la idea, pero me repongo y vuelvo a pintar.
Los colores se siguen mezclando, pero me esfuerzo un poco más.

Grito en silencio y agacho la cabeza. Sigo caminando como si no hubiera escuchado el consejo de dejar mi vida. Siento lástima por mí y la humanidad que habla así. Lloro un poco ahora. Debe ser la música que puse para escribir. Ahora sonrío. No tengo más argumentos para demostrar lo que significa para mí. Sólo la vivo y ya. Ah! y la amo. Se convirtió en mi sangre y la única cosa que ha estado presente en mi vida sin mancha, sin dejarme.

Pintar nunca es suficiente. No sirve acostumbrarse al óleo o a la textura del pincel. Hay que untarse los dedos de pintura y dañar un par de pantalones. Ensuciarlo todo y quedar como un loco con el pelo pintado y levantado con mechones de colores. El que sabe pintar, sabe que es así. Y mirar el cuadro de lejos, de cerca, de reojo. Dejarse llevar en sueños hasta allí, al lado de lo pintado. Ver cada detalle, olerlo todo, mover cada cosa, tocarlo todo. Sentarse a mirar una y otra vez la belleza que está ahí inmóvil, lista para dejarse mezclar con mil colores. Colores que nunca han existido.

miércoles, 12 de febrero de 2014

Ausencias

"No estoy hecho para este mundo" pensó. Miró al cielo con los ojos cerrados y abrió los brazos con las palmas arriba. Suspiró un momento. Apretó fuerte los dientes, los párpados, el ceño y la vida. Respiró hondo. Exhaló fuerte mientras relajaba todo el cuerpo. Se dejó caer sobre el asiento y se encorvó mirando al piso con los ojos cerrados y los brazos recogidos, como intentando abrazarse.

Por su mente, ahora con el cuerpo inmóvil y desconectado de lo que pasaba a su alrededor, pasaban miles y miles de imágenes de sus días. Todas las veces que dijo las mismas palabras en medio de tanto dolor; que su polo a tierra siempre fue una idea, un sueño, una esperanza en cada exhalación. Y recordó el sueño de la madrugada.

Lloraba. Intentaba gritar, pero la garganta cerrada por el llanto y la cara tan desfigurada no lo dejaron hacerlo. Salían lágrimas gruesas como sudor. La cara estaba mojada centímetro a centímetro. Inmóvil, impávido, casi inerte.
La vida se le había escapado de repente, sin saberlo, de tanto aguantar, de tanto exhalar para poder vivir. Recordó ésa reflexión, ahora despierto.

Estaba despierto y escuchaba la música sonando en su viejo equipo de sonido, pero él no estaba ahí. Inmerso en lo profundo del Yo, intentaba descifrar el código que le permitiría sacar los últimos recursos, los más preciados de su ser y hacer la última inversión, apostar por última vez, como cada vez que fue la última. Repasaba una y otra vez cada apuesta anterior, cada pérdida anterior. Aún las ganancias habían representado mil pérdidas. La deuda ya era muy grande.

Obstinado por vivir, lo había empeñado todo. Su vida ya no era suya. Le pertenecía a todos esos recuerdos y a todos debía vidas imposibles de pagar.
Se cogió la cabeza. Apoyó la cara en las manos y los codos sobre el abdomen.
Sólo en sueños podía llorar. Ahora, sin descifrar el sentido de su vida, sin encontrarle valor, se lanzaba una vez más hacia afuera. Y ya no había marcha atrás. Tenía todo que perder, aunque no tenía nada. Al final, su vida pagaría todas las deudas. Y con ésa convicción se levantó.

Comió como cada día, la cantidad posible. Preparó todo. Se vistió con lo mejor que pudo y preparó la sonrisa con la boca reflejada en el espejo. Podía ver en sus ojos la verdad. Se maquilló un poco la mirada. Salió sonriente al mundo, temblando de miedo una vez más en lo profundo, como siempre, sin armaduras ni armas para defenderse, apostándolo todo dentro de sí.