viernes, 27 de junio de 2014

Dieciseis

No recuerdo todos los detalles de cómo llegué allí, dónde era exactamente o por qué estaba allí, pero me parece que era en Santa Ana, una casa grande, vieja, con patio en el centro... 
Esos barrios viejos y cansados que tienen calles en piedra, lomas que sólo suben hasta una montaña interminable y que bajan como rápidos de un río caudaloso hacia el mar. La casa era blanca por dentro. Las puertas y marcos de ventanas eran de madera pintada de verde. Los pasillos angostos y el techo alto. Había un patio lateral y otro en el centro poblados de helechos y flores. En el centro una fuente grande.
Clima frío. Nublado.
La orquesta ensayaba en un salón central. Todos, casi sin luz, tocaban autómatas las notas de una sinfonía. Tal vez sería una de Tchaikovsky. La penumbra conjugaba bien con el lúgubre Adagio que salía del recinto.
Yo sólo iba y venía. 
Había varias personas que recuerdo de antes, que no sé cómo se llaman. Cada uno tenía una actividad diferente. Estaba un "don Juan" en el primer patio, rodeado de mujeres, ninguna de su afecto, ninguna de su propiedad. Corrían los chismosos de un lugar al otro interrumpiéndolo todo, en frenesí. En el patio central había parejas sentadas en sillitas a los lados de la fuente. Parecían estatuas griegas, inertes, bellas pero grises, frías. En la cocina todo estaba sucio. Regado por doquier un intento fallido de almuerzo que había decepcionado a todos.
De pronto, alguien irrumpió a través de la puerta. Ella se me acercó y me dijo: "¿la has visto? Es urgente... nos está buscando."
Y yo pregunté: "¿Quién? ¿por qué?" Horrorizada levantó su brazo derecho y me mostró todo un manojo de pelo aún pegado del cuero cabelludo. Era rojo, con un par de rayitos monos y me dijo: "Le dieron con el escalpelo y la dejaron así..." Todavía no entendía bien cuando... llegaste. 
Hubo reunión. Hubo peleas, cosas raras... estaba oscuro. Había quien gritaba por la humanidad, había quien gritaba de dolor. Yo no entendía nada. En medio de la confusión me aparté. Seguía todo normal fuera del lugar del barullo. Me acerqué de nuevo por la cocina y seguí por el pasillo hasta más atrás. Allá todo era tan oscuro que era negro. Ya no veía nada. De pronto, estaban preparando todo para tu funeral.
Yo no entendía nada. Salí y a la salida de esa casa me encontré una familia. No sé si entraban o se iban. Los hijos ya estaban grandes y se suponía que los conocía desde pequeños. Al señor casi no lo recuerdo, pero la señora era amiga de mi mamá. Ya casi no tenía dientes y usaba un tapabocas verde claro. Dudé en saludarla pero me atreví. Cogí su mano y me sentí asqueado, pero disimulé. Volví a entrar y todos habían salido.
La casa había quedado vacía de estudiantes o jóvenes... sólo estaban los más viejos en la cocina. Cerca a la cocina había una salita con muebles grandes y cortinas oscuras. Casi no entraba la luz pero me senté a leer cerca para que me vieran los que estaban en la cocina y hablar con ellos. Estaba demasiado oscuro.
Hacía mucho calor. Me fui para un cuarto que tenía ventanas sin cortinas y entraba en sol. Me senté a la mesa de escritorio que estaba junto a la ventana, pero no la abrí. En el cuarto había toda clase de cosas antiguas: radio, muebles, lámparas y cuadros. La mesa debía tener más de mi edad y la silla parecía tambalearse con mi peso. Había varios libros en la mesa y cogí uno. Ni siquiera vi el título, pero lo abrí. Fingí leer por un tiempo hasta que una señora me interrumpió a los gritos. Estaba molesta porque tenía las ventanas cerradas. Se moría del calor. Se sacudió parada al lado de la ventana que ahora estaba abierta. No se callaba. Yo estaba ansioso. De pronto, me sentí mareado por el calor y el vértigo me tiró a la calle por la ventana.
Ahora caminabas a mi lado. Crecía la intriga por el evento del escalpelo y caminábamos hacia mi casa. Iba a alquilar otro apartamento en un cuarto piso. Yo intentaba llegar pero no recordaba exactamente donde era mi casa.
Y de pronto, reconocí el apartamento. Había muchos árboles cubriendo la calle. El edificio era amarillo. Tenía unos 6 o 7 pisos de alto. Rejas color cobre sobre las ventanas y puertas. Aire fresco pero pesado al interior. Subimos los 4 pisos contando los escalones en espiral. "Dieciseis, diecisiete, dieciocho..."
"¡52!" Ahora debía buscar mi apartamento que debía ser el cuatrocientos... "¡cuatro!". Lo reconocí de inmediato. Salía sangre por debajo de la puerta...
Me metí las manos al bolsillo para buscar las llaves. Temblaba un poco. Estabas parada a mi lado izquierdo tratando de no pisar la sangre que salía. Me tomaste del brazo para intentar calmarme. Sentía cómo mi corazón latía rápido y subía la sangre con fuerza hasta mi cabeza. Oía tu respiración acelerada y sonora cerca de mi oído. Cerraste los ojos un poco, con lágrimas.
Ahí fue cuando saqué del bolsillo, con mi mano derecha, el escalpelo untado de sangre...

viernes, 20 de junio de 2014

Café à París

Se sienta como todas las mañanas en el café a esperar el paso del sol en su ciclo interminable. Come sus tres comidas con un poco de vino y se sirve una copa cada tanto. Entre comidas habla con quien se sienta a su mesa o lee algún libro o las noticias. Fuma de vez en cuando su pipa, sobre todo cuando está más solo para no incomodar. Se para de vez en cuando para ir al baño o mantener la sangre circulando por sus venas. La vista lo llena de una romántica modorra que no le deja abandonar su puesto todos los días desde hace años. Es temprano todavía, aunque ya el paso del tiempo no le hace ningún efecto.

Nadie sabe a qué se dedica exactamente. Saca una libreta de vez en cuando y escribe quién sabe qué cosas. A veces se le ve dibujando. A veces dormita como si oyera música con los ojos cerrados. Y mueve un poco la cabeza como si bailara un blues. 

Abre los ojos y mira la gente pasar con raro entusiasmo. Cualquiera lo daría por investigador. Sólo se dedica a observar. ¿Qué busca en los rostros de la gente? ¿A quién espera?
La gente a veces se reúne a su alrededor y le ve mientras descansa la vista de los rayos del sol o para oír las historias que inventa o que cuenta de sus vidas pasadas. Pasa de ser artista a político e incluso banquero y luego se ríe de todo lo que se le ocurre. Nunca dejaría la vida que lleva, aunque nadie sabe con certeza qué vida será.

Más de una vez nos contó sus travesías por la guerra y de cómo aguantó solo el fortín que se caía a pedazos en medio de la nada a varias horas de camino a cualquier lugar. Muestra con orgullo las heridas que un día casi le cuestan la vida y señala los puntos y cortadas que tuvo que hacerse para sobrevivir. 
Nos da lecciones de todo tipo, porque es un hombre muy versado en cosas que ya no se usan, suele decir. Su risa contagiosa y su soledad embriagante han hecho de mi restaurant un lugar muy concurrido. Todos esperan al misterioso hombrecillo que se sienta a la ventana.

Un día no lo vi más. Salió como todas las noches con su paso firme pero lento con sus manos en los bolsillos del abrigo grande que siempre lo cubría.
Habrá visto por fin el lugar donde encontraría lo que soñaba cada vez que de reojo le vi brillar lágrimas perladas bajando por sus mejillas.

- París 20's -