viernes, 6 de diciembre de 2013

Eternidad

Se sentó largas horas a esperar su veredicto. Abría y cerraba su buzón cada tanto, aún sin que el cartero apareciera en la ventana. Espero el viejo sonido de su teléfono con las ansias de quien espera a su verdugo amarrado en la guillotina. No desesperó. Recostado en su diván competía contra el sueño. Tenía que escuchar su voz o leer sus palabras. Tenía que verla por última vez, aunque ya se hubiera borrado de sus ojos todo residuo del amor que le profesaba. Deseaba tanto su piel junto a la de ella, su respiración colándose en el aire que respiraba, sus latidos siempre fuertes y agitados rebotando contra su pecho como un mar precipitado frente al acantilado.
Sonó el teléfono y contestó con rapidez. Llamaron ofreciendo un nuevo servicio de crédito, casi no escuchó la oferta, sólo pensaba en las miles de cosas que podría hacer con eso: alquilar una casa, comprarle todos los antojos, vestirla de elegancia, pintarle de colores mil sonrisas a su amada. Todavía no sabía nada de ella y se apresuró a colgar. "Todavía estoy esperando que saldar mi última deuda" contestó, "si pudiera usted ofrecerme algún otro corazón, lo compraría de inmediato"; hizo una pausa y suspiró, "...o una forma de hacer que ella me ame... que sea mía". La vendedora agradeció su amabilidad y oró un segundo por su corazón. "Que esté muy bien". "Muchas gracias". Y todo su mundo volvió a silenciarse. El tic-tac del reloj de la sala combinaba muy bien con su respiración. No se oía nada más. No llegaba respuesta a su última carta: una despedida apasionada para intentar desatar su amor. Las ideas más ridículas pasaban por su mente siempre. Lloró. Ya nada más que vacío le quedaba y el aire le pesaba cada vez más. Vio pasar los minutos como horas y las horas como días... el año se le fue pasando por delante sin pausa y casi sin dejarlo levantar. Supo que la amó más que a su vida cuando su visión desnuda acaparó toda su atención, cuando todo su sudor se mezcló con el suyo y al terminar el último suspiro la abrazó y la besó. Ahora, ya perdida, no hace más que suspirar. 
Se sienta y espera solo. Mira a la ventana como suplicando a Dios. Sus ojos llenos de esperanza y tristeza se visten de lágrimas cada tanto. Casi no parpadea. Sólo se levanta y busca en el buzón. Nada más importa ya. Sólo desea que su última visión sea la más bella musa que enamoró su corazón. Abrazarla y besarla por última vez, para morir justo después.

Into the Deep

Y buscaba la profundidad siempre como un loco... aún sin alcanzarla.
Por última vez buscó en lo profundo de su botella de vino y acarició tiernamente la boca con sus labios, bebió y bebió sin encontrar fondo, sin encontrar el final.
Se vio reflejado en el humo que salía por su boca y se desvanecía con él en cada bocanada. No encontró fondo en el humo tampoco.
Luego se intentó mirar en el cielo y se perdía entre las nubes... no fue suficiente el cielo para encontrar la profundidad de su alma.
Se lamentó un poco y lloró. Entre sorbo y sorbo elevaba una plegaria al cielo... a veces simple, a veces dura... siempre muy sentida, cargada de ésa preciosa profundidad que anhelaba. Y ésa comprensión de su situación.
No comprendía nada. No disfrutaba nada. No pensó en más que llorar y elevar plegarias a un cielo lleno de nubes de lluvia que amenazaban con negarle una vez más su tranquilidad.
Y de pronto lo entendió todo.
Ya su caminar era tambaleante. Bebía un sorbo más para encontrar el fondo de la botella, pero no lo logró. Dejó ése piso cargado con una buena cantidad. Pero ya su paso estaba flojo, titubeante, alcoholizado. 
Le picaba la garganta. Uno tras otro de los fuegos que se prendió en la boca le habían calcinado la sensación... sólo le quedaba el ardor. Fuego tras fuego, humo tras humo se perdía en cavilaciones vanas, impotentes. Vio su vida en las formas del grisáceo diluido en el aire. Se secó los ojos muchas veces y muchas veces más se los mojó otra vez.
No pensó más en nada. Elevó su última plegaria al cielo, su último suspiro. Se dejó morir. Desangrando los recuerdos se quedó pasmado mirando al cielo desde el balcón. Ya no le importaba nada. Sólo ésa muerte ansiada le quedaba. No había más profundidad.
Se recostó en medio de su agonía contra la puerta y esperó. Abrió la boca para dejar salir su último aliento de la vida que llevó y le permitió llevarse todo. Murió instantáneamente, como mueren los que más ansían vivir.
Abrió los ojos del otro lado y respiró otra vez. Liviano y ya sin lágrimas caminó dando tumbos y sucumbió frente al cansancio en su cama recién hecha.
No hubo flores ni entierros... sólo él en su propia profundidad se cantó un réquiem y se dejó elevar hasta los cielos para comprenderlo todo.
Ya no habrá más llantos en su vida, ya no dejará más vacíos a su paso. Todo lo llenó con su exhalación final y luego inhaló un aire nuevo que lo llevará a lograr su felicidad.

- Entre vinos -

martes, 3 de diciembre de 2013

Subasta

- ¡¿Quién da más, quién da menos?! -
La multitud empieza a cacarear en crescendo y luego se hace imposible oír el precio y lo que ofrecen.

¿Qué se vende? - Alguien pregunta por el callejón en una de las esquinas de la plaza.

Es mi casa. - Se oye una voz que viene del rincón más oscuro.
Todos quedan aturdidos con el pequeño hombrecito que acaba de salir de las sombras. Sus trajes roídos (aunque elegantes en otros días), empolvados por los años, canas entrelazadas con su azabache en el cabello, ojos grandes y un poco adormecidos. Un poco encorvado, con una respiración lenta y los brazos recogidos sobre el pecho. No pensarían que tiene una casa suficientemente hermosa por la que habrían participado en la ruidosa subasta.

- Disculpe, ¿cómo dijo? -
- Es mi casa la que intentan vender aquí en la plaza. 

No sé bien cuál fue el precio inicial, pero han enloquecido. Se oyen algunas risas y se comentan los unos a los otros.

- Y, se puede saber ¿qué casa es la que intenta vender? No parece tener una casa muy bien ubicada, si me perdona la observación.
El hombre retoma su posición entre las sombras y se recuesta contra la pared. Se alcanza a percibir en el aire la nostalgia que lo cubre. Las cenizas en sus ropas podrían evidenciar que la ha perdido en un incendio. La gente empieza a acercarse y crece la intriga por el misterioso personaje.
Poco a poco se callan los susurros y el silencio se hace más profundo. Todos miran fijamente hacia el rincón, aunque no se ve un movimiento.
De repente se oye un estruendoso ¡Vendida! en la plaza y un suspiro hondo surge en la oscuridad.
Al voltear, el hombre ha empezado su camino en dirección opuesta al tumulto. Se aleja. Algunos, todavía atónitos por la escena que acaba de ocurrir, intentan averiguar más.
Nadie sabe a ciencia cierta quién era aquel. Algunos dicen sobre su procedencia, le ponen cuna en la realeza, otros lo dan por estafador. Nadie sabe qué ha perdido o ganado y el por qué vende su casa, que sólo se ve en un óleo publicado en el lugar de la subasta.

El comprador fue una mujer de extraña apariencia. Cabello un poco cano también, ropajes muy elegantes con pieles y botones dorados. Después de dar a conocer la enorme cifra con la que cerró la venta, ella lo miraba fíjamente mientras él partía. 

La pintura de la casa era bastante detallada. Los colores y las formas muy delicadamente puestos. Era una mansión campestre. Sus dos pisos en roca amarillenta combinaban muy bien con los jardines de arbustos con flores y el fondo de montañas bajas contra un cielo azul claro con pocas nubes. Ventanales grandes que parecían en madera y un camino de piedras que llevaba de la entrada a la puerta de la casa y hacia los jardines laterales. A cada lado un bosque de pinos planteaba su ubicación: No era muy lejos, al parecer, pero nunca se la había visto.

No había pasado mucho tiempo desde el fin de la subasta, pero ya la plaza estaba vacía. Sólo quedaba en ella la mujer con su mirada fija en el lento caminar del hombre al que había comprado su casa. Su vestido rojo contrastaba mucho con los colores oscuros del pueblo.
De pronto, al mirar más fijamente, descubrí que por sus mejillas rodaban lágrimas, aunque su rostro firme, inexpresivo, no me permitió saber por qué.

Cuando ya el hombre no se alcanzaba a distinguir en la distancia, ella bajó la mirada y secó delicadamente sus mejillas con un pañuelo. Lo dejó caer con una exhalación tan honda que parecía la última, volteó su mirada hacia la otra esquina de la plaza y se alejó caminando con su paso elegante sin mirar atrás.