viernes, 27 de marzo de 2015

De la importancia del Director y otras cosas indispensables

El ser humano es, por naturaleza, un habitante de comunidades muy variadas. Incluso desde el período de gestación y la primera infancia hasta los últimos días de vida, todos los seres humanos participamos en diferentes tipos de actividades grupales. En esencia, cada actividad, aún en grupos muy reducidos, representa una oportunidad de explorar y descubrir las características propias de la personalidad y cómo es la dinámica de la comunidad en la que vivimos.

La familia, como primer y más importante núcleo de la sociedad, representa el lugar en el que se trabaja el terreno sobre el que se construyen las estructuras de pensamiento y conducta más sólidas y determinantes. Los impulsos, pensamientos y reacciones en los momentos de crisis, de peligro o de éxtasis, son generalmente producto de procesos concebidos desde el vientre, en la relación con la madre y el padre, hasta los primeros logros importantes como el hablar, caminar y los aprendizajes básicos de la etapa escolar. Principios y valores se van desarrollando de la mano de los padres, hermanos y familiares. Hoy, con tantos tipos de familias producto de nuestra sociedad cada vez más incluyente y amplia, por la violencia o por las ausencias, lo construido en éste paso indispensable, se convierte en todo un reto para la humanidad.

Así mismo, durante la etapa escolar, desde los primeros años de jardín hasta el estudio profesional, se nos envuelve en un ambiente totalmente diferente al hogar pero, complementario. La primera renuncia importante, los retos. El juego, las peleas, la curiosidad insaciable, los aprendizajes, las tareas, los premios y la competencia, la diferencia, el bullying. La escuela se ocupa de la construcción de las paredes de la vida, el conocimiento universal, del otro, de la dinámica de existir y del sobrevivir. Llegamos únicamente con lo que la familia nos ha dado y debemos empezar a conocer lo que la humanidad ha desarrollado durante milenios. Nos relacionamos con personas muy variadas y administramos su nivel de importancia en nuestra vida. El profesor, el compañero, el amigo, el amor, el enemigo, etiquetas que van apareciendo para describir y clasificar. Aquí conocemos a nuevos seres que nos ayudan a moldear, re-encausar o, quizás, cambiar lo que traíamos con la base del hogar. Se ponen a prueba los principios y valores aprendidos hasta el momento, se descubren las pasiones de la vida y se consolidan los lazos que nos mantendrán a flote, que nos darán una razón para vivir.

Codo a codo, como parte integral y catalizador de estos procesos, se encuentra la actividad artística. Cada una de las artes representa una oportunidad única de comunicar, expresar, reflexionar sobre lo aprendido en las diferentes etapas de la vida. El acceso a éstas, es primordial para potenciar las habilidades cognitivas y sensitivas, como la creatividad y la conciencia, que serán indispensables para el buen desempeño de nuestro papel en la sociedad, como actores positivos, impulsores de la humanidad.

En el teatro, por ejemplo, podemos disfrutar de historias, de cambiar por un momento y reflejarnos en los otros, crear discursos que generen cambios o, simplemente, contar historias, en grupo o en solitario. La pintura y la escultura nos conducen por un viaje más interno en conexión con diferentes materiales hacia la resignificación del entorno. La música le habla al espíritu, incluso sin palabras, a través de los instrumentos o la voz. El arte, siempre trae consigo la interpretación y reinterpretación de las realidades propias y ajenas, la búsqueda de belleza, de la “perfección” en cada movimiento, sonido, color, palabra; el esfuerzo y la dedicación para obtener una recompensa que se plantea sublime, cuando soy yo mismo quien la busco. Todas las ideas sobre mí mismo y sobre los demás se ponen a prueba, se superan y se impulsan nuevos caminos, a través del arte.

Con el paso del tiempo, a medida que todo se hace más industrializado, técnico y fragmentado, las personas de todas partes del mundo se están dando cuenta de la necesidad de un vivir más integrado con lo natural, con lo humano y que nuestro actuar esté más conectado y sea más consciente. Esto nos lleva a preguntarnos, como artistas, dónde radica nuestra importancia, junto con la de nuestro quehacer. Los grandes pensadores, pedagogos y artistas de la historia nos dejaron preguntas y respuestas parciales, desde todas las latitudes del mundo. Nos preguntamos sobre el sonido y su conexión con las diferentes capas de nuestro ser; de la importancia de los cantos maternos, tradicionales y modernos, hasta las composiciones más elaboradas, incluso desde las matemáticas; del desarrollo de la audición como elemento indispensable para vivir en sociedad y para el canto, para la música; del pensamiento teórico como herramienta impulsadora de la comprensión del yo; incluso de la importancia de colorear apropiadamente las vocales, en el canto o la voz hablada, para ¡mantener el discurso de manera coherente!


El canto coral se abre camino con una amplia gama de herramientas que alimentan ésas búsquedas, permiten la construcción y reconstrucción de los valores y trabajan por el compromiso con el trabajo grupal, a través de los elementos de la música. En este sentido, la labor del director adquiere nuevas proporciones: nos estamos enfrentando a la responsabilidad de fomentar, desde la actividad musical, los principios que ayudarán a cada individuo en su proceso de formación como parte integral de la sociedad, que en cada gesto de la mano, encuentren una indicación clara que les permita expresar, en conjunto, sin perder su individualidad, que al participar de la actividad coral les inspire a transformar sus vidas y que, a través de estos procesos, se impacten las mentes y corazones de todas las personas del público, motivándolas a hacer lo mismo con sus propias vidas.

¿Quién quiere ver un director rígido que no transmite nada? Por más perfección que encuentre en la técnica de dirección, su actividad fundamental es la de transmitir, comunicar. En sus manos están depositadas las esperanzas de cientos de personas que, sin saberlo, cambiarán sus vidas para siempre, para bien o para mal.

sábado, 10 de enero de 2015

Count-down

Diez en punto.

Abre los ojos por primera vez en siglos. No le sirve de mucho porque todo está oscuro dentro del sarcófago que le ha servido de cárcel una eternidad. Producto de las miles de tentaciones de la vida quedó confinado a la falsa inmortalidad de la frialdad, la oscuridad, la insatisfacción. Cansados de sus quejidos y su vuelo terrorífico sobre el pueblo, sólo una docena de cazadores atrincherados lograron capturarlo y mantenerlo atado en conjuros de miedo y soledad. Se aseguraron de amarrarlo bien y enterrarlo en su castillo con trampas y sellándolo todo con olvido. La estaca clavada en su corazón ha terminado sus funciones ya roída por el tiempo. Lo suyo no es el latir del corazón hace mucho. Su corazón se mueve una vez cada dos o tres minutos, aunque eso no es problema porque su condición de "maldito" lo mantiene con vida aún sin palpitar. Más bien, eso le causa algo de malestar. Duele. Mientras vuelve en sí, intenta recordar algo acerca de la vida. En medio del dolor que le produjo la sístole, se angustia por contar los segundos que pasan hasta la siguiente diástole. Descansa. Intenta respirar por primera vez en más de cinco siglos. Tiene que concentrarse bien y practicar. Es su primera inhalación. No se siente bien, le ha hecho cerrar los ojos. Debe apresurarse ésta vez porque hace tiempo, cuando tuvo la oportunidad, fue demasiado tarde y al intentarlo, terminó doscientos años más entre las sombras. A pesar del frío, el polvo y lo que se mueve en la inmensa oscuridad compactada en su cajón, ése aire le ha dado un empujón. Resiste los siguientes minutos de contracciones cardíacas y lo hace de nuevo. Respira. Aún no sabe ponerlo en automático, porque antes no lo necesitaba. Un impulso neuronal nuevo le trae imágenes de sus juegos nocturnos, de la luna llena gigante sobre el paisaje, del terror en los ojos de sus víctimas. Ha pasado mucho tiempo, pero dentro suyo todavía navega la punta de plata que lo mantuvo atrapado inmóvil, confinado. Su cuerpo quiere extirparla por fin, que se abra paso hacia el mundo exterior, de nuevo, y le de un aire diferente a la sangre coagulada en su interior. Cierra fuerte los ojos, aunque no hace diferencia. Vuelve a inspirar y se entrecruza con una nueva contracción. Ya puede sentir las manos. Intenta mover un dedo, luego el otro. Luego toda la mano. Cierra los ojos de nuevo y se planta en su captura, la desesperación, la ira, la desolación de la primera noche. El hambre, la sed, la alas desfigurándose contra el fondo del maderámen. Se mueve de repente la estaca y cambia totalmente su posición hacia el piso. Traslada la punta de metal un poco a la derecha, alejándose de su corazón. El aire viciado que entra en sus pulmones no es suficiente para mantenerle activo. Otro impulso lo lleva más lejos y de pronto, una lágrima le brota, tose un poco de polvo fuera de sí y mueve una pierna. Con los brazos intenta sacudirse las pesadas cadenas que le aplastan el pecho. No se dejan. Puede sentir la sangre corriendo más a menudo. Ha recuperado un poco la fuerza. Aún todo está frío por dentro. Recuerda el batir de sus alas, planear sobre las montañas. El candado oxidado se ha hecho pedazos, pero todavía no tiene las fuerzas para salir. Le aprieta el pecho. Le duelen las ideas, el aire entrando a sus pulmones, las piernas, los brazos. Ahora que respira con más frecuencia, no le alcanza el poco que encuentra en aquel pequeño ataúd. Sus latidos cada minuto le permiten ganar un poco aquí, un poco allá.

Doce y doce.

Se permite una sonrisa.